TEXTO “LA CELESTINA” (ACTO XXI)
Planto de Pleberio por la muerte de su hija Melibea.
¡Oh Amor, Amor! ¡Que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos! Herida fue de ti mi juventud, por medio de tus brasas pasé. ¡Cómo me soltaste, para me dar la paga de la huida en mi vejez! Bien pensé que de tus lazos me había librado cuando los cuarenta años toqué, cuando fui contento con mi conyugal compañera, cuando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. No pensé que tomabas en los hijos la venganza de los padres. Ni sé si hieres con hierro, ni si quemas con fuego: sana dejas la ropa, lastimas el corazón. Haces que feo amen e hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes; si los amases, no les darías pena; si alegres viviesen, no se matarían como agora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes e sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que ella, para su servicio emponzoñado, jamás halló; ellos murieron degollados; Calisto, despeñado; mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. No das iguales galardones: inicua es la ley que a todos igual no es. Alegra tu sonido; entristece tu trato. ¡Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste! «Dios» te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traídos. Cata, ¿qué dios mata los que crió? Tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congojosa danza; enemigo de amigos, amigo de enemigos. ¿Por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre e mozo. Pónente un arco en la mano, con que tires a tiento; más ciegos son tus ministros, que jamás sienten ni ven el desabrido galardón que se saca de tu servicio. Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás hace señal do llega. La leña que gasta tu llama son almas e vidas de humanas criaturas; las cuales son tantas que de quien comenzar pueda, apenas me ocurre.
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